jueves, 9 de septiembre de 2010

El santuario de la Virgen de Gracia


“Sembla un somni” exclamé, y me salía del corazón.

El imponente edificio se alza agonizante después de un recodo del camino y aparece sin avisar, de pronto, y con la grandeza que tuvo otrora descolgándosele a jirones. Es como en esos documentales que muestran templos perdidos en la selva india. Aparecen de pronto escondidos tras la vegetación. No están en una meseta despejada, ni en la cima de una montaña. Están al pie del arrollo, en la parte protegida de un valle o al abrigo de una montaña, a cuya falda parecen encaramar su espalda.

Nos lo habían avisado las gentes del lugar: hay varios kilómetros de pista forestal en no muy buen estado; en otro tiempo era un centro notable en la comarca; la atmosfera que se respira es especial.

El santuario de la Virgen de Gracia de La Fresneda (Teruel).

Del conjunto del siglo XVIII, quedan las paredes de carga del edificio de la hostería, rectangular de cuatro plantas, construida con bloques de piedra, y los muros perimetrales de la iglesia, de tres naves y cabecera recta, al final de la cual está el camarín de la Virgen. La construcción es de mampostería decorada en su interior en estilo barroco clásico y seguramente con bóvedas de cañón ya desaparecidas, incorporando la cantería solo en la fachada, de dos cuerpos, el inferior de orden jónico y el superior de orden corintio.



Nada extraordinario hasta aquí; hay bastantes muestras de devoción esparcidas por España como para designar esta como mayor o mejor que otras.

El sueño es que el camino que seguimos se va adentrando en el bosque entre montañas, y que no vimos a nadie en él. Llegamos al santuario y nos recibía la naturaleza, y en ella, fundida en simbiosis perfecta, adentrándose en la roca algunos edificios, colonizados los interiores por la foresta, nacía la construcción.

“Sembla un somni”, y desde este momento, era sentir y experimentar. Ese silencio lleno de los sonidos del viento, los pájaros, las cigarras y sin dejar por eso de ser silencio. El sol, el aire, los olores…Esa energía que flotaba en el aire, que se intensificaba al entrar entre las paredes de la iglesia, frente al camarín de la Virgen. La sensación de armonía que nos embargaba. Hacía mucho calor, pero bajo los pinos nos instalamos y a su sombra gozamos de la brisa.

Estuvimos varias horas allí, sin hacer nada, pero haciendo mucho y sobretodo, experimentando emociones. Comimos, andamos, meditamos, hablamos del esfuerzo que había costado erigir este monumento a la Virgen de Gracia con los medios del siglo XVIII en tan remoto lugar, de la vida que llevaba la comunidad religiosa que atendía al culto y me vino a la cabeza aquella frase:

Los lugares mágicos no se escogen, solo se descubren