lunes, 12 de septiembre de 2011

El engaño del crecimiento sostenible




El principio 3º de la Declaración de Rio (1992) dice: Satisfacer las necesidades de las generaciones presentes sin comprometer las posibilidades de las del futuro para atender sus propias necesidades.

¿Si no hay crecimiento infinito en un planeta finito, por qué nos empeñamos en continuar creciendo?

En esta paradoja hay tres hipótesis: una metafísica o existencialista. El miedo a la necesidad. Acumular bienes da seguridad. (El dinero no da la felicidad, pero calma los nervios). Otra de economía clásica: el dogma básico del capitalismo es crecer. (Si no hay pastel, no hay reparto). Y la última es evolutiva. Los etólogos dicen que atesorar procede de una estructura cerebral. Desde antiguo, para sobrevivir había que acumular azúcar para cuando había imposibilidad de alimentarse. Durante millones de años, el ser humano ha debido acumular para sobrevivir.

Hoy en día hemos llegado a un nivel de crecimiento que resulta tóxico. Se objeta este crecimiento porque está cambiando la relación entre el hombre y la Tierra. Hay una contradicción entre la estructura profunda humana y las nuevas necesidades culturales y sociales. Es una lucha entre el instinto biológico y las necesidades culturales. Ningún economista estará de acuerdo con el decrecimiento, pues el núcleo de la economía es crecer. Decrecer es una opción profundamente cultural.

Rousseau decía: “El nacimiento de la miseria moral viene de la mano de la aparición de la propiedad privada”. Adam Smith (profesor de filosofía moral) decía: “El crecimiento de la economía sirve para aumentar la felicidad, y no para engordar el ego y la vanidad de la clase poseedora”. Sabía que las “condiciones ideales” no suelen darse en la realidad y por eso reclamaba que economía y ética deben estar muy vinculadas. Si no hay buena economía, la conducta humana falla. Aristóteles decía: “La felicidad es consecuencia de un acto”. Somos felices haciendo una cosa. Por tanto, la economía debe ser ética. Su única razón no puede ser “más beneficio”.

Desde el siglo XVIII con Voltaire, la situación del mundo ha cambiado notablemente. De 1500 millones de habitantes a los 6500 actuales, que además consumen enormes cantidades de materias primas. Existe una conciencia mágica de la técnica. Creemos que podemos manejarla, pero somos, como decía Jacques Ellul, un sistema técnico, y la única ley interna de la técnica es la eficacia. Nosotros no gobernamos la técnica. Se gobierna por su propio sistema. Tanto la tenemos como ideal que incluso medimos nuestro ser con expresiones como: ser eficaz; cambiar el chip.

Desde Descartes, el cuerpo humano es una máquina y ya pensamos de forma técnica. Hay diferentes tecnologías entre los humanos, pero no hay humanos sin técnica. Esto ha permitido el éxito del ser humano. Nuestra adaptabilidad. Hemos humanizado la Natura destruyendo la naturaleza. El problema actual es que de todas las dimensiones del ser humano: poética, erótica, sensual, afectiva, etc. hemos pasado al predominio de una sola. Todos los críticos a la tecnología son profundamente religiosos. ¿Por qué? Porque se dan cuenta que lo sagrado está siendo ocupado por la técnica.

Malthaus decía que la guerra y el hambre eran las únicas soluciones para solucionar esta superpoblación. Los activistas, que son pocos, viven de los tópicos del 1968, y la academia lleva un retraso de siglos. Es preciso adoptar medidas de cálculo racional.

En términos de responsabilidad moral, lo importante no es hacer el bien e incluso ir de bueno resulta una ingenuidad insoportable. Ante todo no dañar.

Hoy por hoy, fuera del estado, poco puede hacerse por el cambio social.

Las políticas encaminadas al decrecimiento deberían contener:

- Una apuesta decidida por transportes públicos con fuertes impuestos a los carburantes.

- Favorecer la producción y el consumo local de bienes y productos. Alimentos de temporada y dietas vegetarianas.

- Garantizar un salario social (vivienda, tierra, etc.) para conseguir la autonomía personal.

- Higiene natural y preventiva sin productos tóxicos.

- Tribunales para productores de armas e instigadores de guerras.

- Eliminación de la contaminación cerrando fábricas y reduciendo la población.

También podría existir un decrecimiento reformista: una opción personal por la simplicidad, vinculada a la cultura, y un estilo de vida, hoy por hoy minoritario. La pregunta es: ¿el cerebro racional (la ética) podrá imponerse al cerebro reptiliano y acumulativo?