domingo, 30 de mayo de 2010

Mi Padre del cielo y la madre Tierra

Hace años, para distinguir mentalmente a mi padre de la figura del padre celestial, tramé este juego de palabras: el padre del cielo y el padre de la tierra. El padre biológico de mi cuerpo físico, y mi padre del cielo, creador de todos los cuerpos. Los últimos días de la vida de mí padre, usé con mucha asiduidad y con un efecto sorprendente este salto conceptual. Ahora, muerto ya hace unos años mi padre biológico, no hay confusión posible, pero Él sigue siendo “el Pare del Cel”.

El padre del cielo, para mí, no es ese señor, anciano ya, de barba blanca y larga túnica; para más señas con una corona redonda detrás de la cabeza. Para tratar de describirlo, o mejor describírmelo, aproveché esta estructura mental que, desde pequeños, tenemos formada los cristianos, tomando prestado el concepto, que no la persona. Tiene suficientes puntos en común para que me sea muy útil a fin de vehicular mis necesidades. Por eso sigue siendo “del cielo”, porqué no es de este mundo, aunque este mundo es una parte de Él. Porque está más allá de lo puramente físico. Porque en la balanza entre materia y energía, Él es pura energía (si es que es algo que pueda describir) y nosotros pura materia.

Con el tiempo, en mis sadhanas, Él está presente. En mis sesiones de ásanas, cuando hago suryanamaskar (el saludo al sol), al levantar los brazos, pienso que me ofrezco a Él para ser su instrumento; cuando hago la pinza, transmito Su Gracia a la Tierra; cuando hago la plancha y me incorporo en cobra, me estoy inclinando ante Él y apelo a su Gracia. Las posturas invertidas, me producen una sensación de proximidad y conexión a ese cielo al que, cabeza abajo debería sentir todo lo contrario, y debería sentir más alejado.

Sin embargo, algo faltaba. Algo no encajaba. En ese puzle mental había un hueco, un espacio vacío. La meditación me llevó a la solución y un día comprendí. Somos materia atada a un samsara material. Aunque sea una creación de maya, nuestro convencimiento de su existencia le da ese status de realidad, y hemos de amar y respetar nuestro cuerpo, ya que es nuestro templo. Y sobre todo, hemos de amar y respetar la Tierra con todo lo que en ella habita. La Madre Tierra. Tengo a mi madre en la Tierra, y además a la Madre Tierra, que es la madre de todos.

Dios, ¿Qué está pasando? ¿De quién soy hijo, del Padre o de la Madre? Yo solo me he liado con la “Santísima Binidad”. No es cuestión de discriminación sexual. Dios no tiene sexo. No es una persona; es una idea, un concepto. Como ser humano más bien limitadito, necesito estos ideogramas para entenderme yo mismo. La Madre Tierra es la materia primigenia de la que sale toda la vida que conocemos. La fuerza que insufla la vida, que hace brotar la Tierra es a lo que llamo Dios.

¿Tengo razón? No lo sé, pero la Madre Tierra encaja a la perfección en ese hueco del puzle y la figura está acabada y luce como nunca. Ese es mi equilibrio, como es arriba es abajo.

En ocasiones, durante una sesión de ásanas, cuando estoy en shavasana, es la Madre Tierra que me abraza como si estuviera en su regazo. Algunas veces incluso, en la postura de sarvangasana, la Madre Tierra me sujeta por los hombros mientras mi Padre del Cielo estira de mis pies hacia arriba. Puedo sentir la energía que circula entre ambos polos a través de mí. Cada vez más, las experiencias son íntimas y interiores, menos dependientes del físico, que acusa los achaques.

Es tan simple y tan difícil el camino, y al mismo tiempo es tan gratificante.

martes, 23 de febrero de 2010

La lección del "salvaje" Sealth



El gran caudillo indio Noah Sealth, en 1854 respondió así a la propuesta de compra de sus territorios por parte del presidente Franklin Pierce. El expolio se consumó con el tratado de Point Elliot en 1855.


Esta carta con más de 150 años de antiguedad es quizá el primer manifiesto ecologísta y sorprende por la sabiduría y la profundidad de pensamiento que desprende. Es notable la premonición de futuro, el conocimiento del ser humano y la comprensión de la naturaleza que encierra. Y todo dicho por un "salvaje".


Carta del caudillo Noah Sealth a Franklin Pierce:


"¿Como se puede comprar o vender el firmamento, ni aun el calor de la tierra? Dicha idea nos es desconocida.


Si no somos dueños de la frescura del aire ni del fulgor de las aguas, ¿Como podrán ustedes comprarlos?


Cada parcela de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada brillante mata de pino, cada grano de arena en las playas, cada gota de rocío en los bosques, cada altozano y hasta el sonido de cada insecto, es sagrada a la memoria y el pasado de mi pueblo. La savia que circula por las venas de los arboles lleva consigo las memorias de los pieles rojas.


Los muertos del hombre blanco olvidan su país de origen cuando emprenden sus paseos entre las estrellas, en cambio nuestros muertos nunca pueden olvidar esta bondadosa tierra puesto que es la madre de los pieles rojas. Somos parte de la tierra y asimismo ella es parte de nosotros. Las flores perfumadas son nuestras hermanas; el venado, el caballo, la gran águila; estos son nuestros hermanos. Las escarpadas peñas, los húmedos prados, el calor del cuerpo del caballo y el hombre, todos pertenecemos a la misma familia.



Por todo ello, cuando el Gran Jefe de Washington nos envía el mensaje de que quiere comprar nuestras tierras, nos está pidiendo demasiado. También el Gran Jefe nos dice que nos reservara un lugar en el que podemos vivir confortablemente entre nosotros. El se convertirá en nuestro padre, y nosotros en sus hijos. Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Ello no es fácil, ya que esta tierra es sagrada para nosotros.


El agua cristalina que corre por los ríos y arroyuelos no es solamente agua, sino que también representa la sangre de nuestros antepasados. Si les vendemos tierras, deben recordar que es sagrada, y a la vez deben enseñar a sus hijos que es sagrada y que cada reflejo fantasmagórico en las claras aguas de los lagos cuenta los sucesos y memorias de las vidas de nuestras gentes. El murmullo del agua es la voz del padre de mi padre.



Los ríos son nuestros hermanos y sacian nuestra sed; son portadores de nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben recordar y enseñarles a sus hijos que los ríos son nuestros hermanos y también los suyos, y por lo tanto, deben tratarlos con la misma dulzura con que se trata a un hermano.



Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestro modo de vida. El no sabe distinguir entre un pedazo de tierra y otro, ya que es un extraño que llega de noche y toma de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermana, sino su enemiga y una vez conquistada sigue su camino, dejando atrás la tumba de sus padres sin importarle. Le secuestra la tierra de sus hijos. Tampoco le importa. Tanto la tumba de sus padres, como el patrimonio de sus hijos son olvidados. Trata a su madre, la Tierra, y a su hermano, el firmamento, como objetos que se compran, se explotan y se venden como ovejas o cuentas de colores. Su apetito devorara la tierra dejando atrás solo un desierto. No sé, pero nuestro modo de vida es diferente al de ustedes. La sola vista de sus ciudades apena la vista del piel roja. Pero quizás sea porque el piel roja es un salvaje y no comprende nada.



No existe un lugar tranquilo en las ciudades del hombre blanco, ni hay sitio donde escuchar cómo se abren las hojas de los arboles en primavera o como aletean los insectos. Pero quizá también esto debe ser porque soy un salvaje que no comprende nada. El ruido parece insultar nuestros oídos. Y, después de todo, ¿Para qué sirve la vida, si el hombre no puede escuchar el grito solitario del chotacabras ni las discusiones nocturnas de las ranas al borde de un estanque? Soy un piel roja y nada entiendo. Nosotros preferimos el suave susurro del viento sobre la superficie de un estanque, así como el olor de ese mismo viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado con aromas de pinos. El aire tiene un valor inestimable para el piel roja, ya que todos los seres comparten un mismo aliento - la bestia, el árbol, el hombre, todos respiramos el mismo aire. El hombre blanco no parece consciente del aire que respira; como un moribundo que agoniza durante muchos días es insensible al hedor. Pero si les vendemos nuestras tierras deben recordar que el aire no es inestimable, que el aire comparte su espíritu con la vida que sostiene. El viento que dio a nuestros abuelos el primer soplo de vida, también recibe sus últimos suspiros. Y si les vendemos nuestras tierras, ustedes deben conservarlas como cosa aparte y sagrada, como un lugar donde hasta el hombre blanco pueda saborear el viento perfumado por las flores de las praderas. Por ello consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, yo pondré una condición: El hombre blanco debe tratar a los animales de esta tierra como a sus hermanos.



Soy un salvaje y no comprendo otro modo de vida. He visto a miles de búfalos pudriéndose en las praderas, muertos a tiros por el hombre blanco desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no comprendo como una maquina humeante puede importar más que el búfalo al que nosotros matamos solo para sobrevivir.



¿Qué sería del hombre sin los animales? Si todos fueran exterminados, el hombre también moriría de una gran soledad espiritual; Porque lo que le sucede a los animales también le sucederá al hombre. Todo va enlazado.



Deben enseñarles a sus hijos que el suelo que pisan son las cenizas de nuestros abuelos. Inculquen a sus hijos que la tierra esta enriquecida con las vidas de nuestros semejantes a fin de que sepan respetarla. Enseñen a sus hijos que nosotros hemos enseñado a los nuestros que la tierra es nuestra madre. Todo lo que le ocurra a la tierra les ocurriría a los hijos de la tierra. Si los hombres escupen en el suelo, se escupen a sí mismos.


Esto sabemos: la tierra no pertenece al hombre; el hombre pertenece a la tierra. Esto sabemos. Todo va enlazado, como la sangre que une a una familia. Todo va enlazado.


Todo lo que le ocurra a la tierra, les ocurrirá a los hijos de la tierra. El hombre no tejió la trama de la vida; él es solo un hilo. Lo que hace con la trama se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con el de amigo a amigo, queda exento del destino común.


Después de todo, quizás seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra un día: nuestro Dios es el mismo Dios. Ustedes pueden pensar ahora que El les pertenece lo mismo que desean que nuestras tierras les pertenezcan; pero no es así. El es el Dios de los hombres y su compasión se comparte por igual entre el piel roja y el hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para El y si se daña se provocaría la ira del creador. También los blancos se extinguirán, quizás antes que las demás tribus. Contaminan sus lechos y una noche perecerán ahogados en sus propios residuos. Pero ustedes caminaran hacia su destrucción, rodeados de gloria, inspirados por la fuerza de Dios que los trajo a esta tierra y que por algún designio especial les dio dominio sobre ella y sobre el piel roja. Ese destino es un misterio para nosotros, pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlantes.. ¿Donde está el matorral? Destruido. ¿Donde está el águila? Desapareció. Termina la vida y empieza la supervivencia."

sábado, 8 de agosto de 2009

Los grandes hombres

Los grandes hombres no tienen un rótulo luminoso de neón que parpadea sobre sus cabezas indicando: “santo en construcción”, ni carteles anunciando “próximo estreno”. Los grandes hombres están entre nosotros haciendo su callada labor, siguiendo ajenos su camino, mostrándonos su ejemplo seguramente sin saberlo, porque en los grandes hombres su grandeza es directamente proporcional a su modestia y no se consideran grandes hombres.

En ocasiones tenemos la suerte de coincidir con alguno, y solo en alguna de esas pocas ocasiones, somos conscientes de esa grandeza. En esas contadas ocasiones, tenemos la oportunidad de tomar ese ejemplo, de seguir ese camino que nos muestran. No a su ritmo, claro, porque tienen un paso muy largo para nosotros, pero nos sujetamos de sus flecos como a la cola de una estrella fugaz y experimentamos el tirón de su aceleración. Imposible para nosotros mantenernos sujetos a tan veloz medio, pronto perdemos el ritmo y caemos hacia nuestro compás inicial. Quizá una o dos veces en la vida, encontramos uno de esos grandes hombres que, durante un tiempo, sorprendentemente, parece girar alrededor de nosotros como estrella atraida por nuestra fuerza de gravedad. O tal vez somos nosotros que giramos como un satelite a su alrededor. Sea como fuere, esos giros provocan un embudo por el que nos deslizamos hacia el gran hombre, acelerando nuestra velocidad. Nos sentimos atraidos hacia él, y esa atracción nos lleva más allá de él, pues él no es el destino sino el mensajero. Ese es su ejemplo, así nos muestra el camino.

Si estamos despiertos y tomamos conciencia del momento, aprovechamos ese ejemplo preciosísimo por raro y subimos otro peldaño en esa escalera que ha de conducirnos hasta nuestra esencia, hasta nuestra alma, hasta la unión con el YO supremo.

Si tienes la suerte de encontrar uno de estos grandes hombres, da gracias a Dios por la oportunidad y a él por ser su instrumento y aprende, toma ejemplo.

P.E. Cuando digo hombre, me refiero a humano como ser humano más allá de cualquier sexo.

jueves, 30 de julio de 2009

Examen de julio (compasión)

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Tozuda, una y otra vez, la vida nos lleva a nuestro destino o nos pone la lección que toca sin que podamos saltárnosla. Así podría definir lo que viví ayer miércoles.
El martes, viajando en autobús, al pasar por un cruce vislumbré, durante los breves segundos que tarda en rebasarlo, el resultado de un atropello. Una anciana yacía en el suelo ante un autocar parado en medio de la calle. Un hombre, de espaldas a ella hablaba por su móvil, supongo, llamando a una ambulancia. Desde la acera, la gente miraba expectante. Los coches parados, esperaban. Nadie se movía, solo la anciana en el suelo parecía hacer intentos para levantar la cabeza.
La escena me impactó. La mujer estaba sola tirada en medio de la calle y nadie se acercaba. Nadie la tranquilizaba, la ayudaba, la protegía del sol. Estaba sola tirada sobre el asfalto como abandonada, mientras la gente miraba inmóvil.
Pensé que se debería hacer mucho más por ella. Taparle el sol que sofoca en estas fechas a pleno mediodía, consolarla, tranquilizarla mientras llegan los socorros, acomodarle la cabeza.
No habían pasado 24 horas cuando circulando justo en el cruce de General Mitre con Vía Augusta una furgoneta que venía en sentido contrario invadió el carril izquierdo por donde circulaba una moto que a causa de esto cayó. Tuve que frenar bruscamente para evitar que moto y motorista acabaran bajo mis ruedas. El hombre, de unos treinta y tantos, rodó de costado y quedó casi junto a mi rueda. Durante un segundo, por mi mente pasó ese insecto que anida en mi corazón diciendo: vaya, tendremos que hacer algo, no puedes irte sin más, que sería lo más cómodo. Salí y junto con el ocupante de otro coche apartamos la moto, comprobamos su estado. Una mujer llamaba a la ambulancia. Tenía un fuerte golpe en la rodilla y toda la parte izquierda rozada con la mano ya hinchada. Fue saliendo del shock y le hicimos comprobar si podía mover las articulaciones mientras le manteníamos recostado en el suelo. Viendo que no había daños graves y que solo parecía tener un dedo roto, le animamos diciéndole que ya tenía una batallita que contar. Pasados unos minutos, incluso pudo levantarse. Hubo el natural nerviosismo, pero no ansiedad o histeria. Hicimos lo que había que hacer. La ambulancia llegó en menos de 10 minutos y dejándole en manos de los médicos me despedí de él y seguí camino.
Cuando todo hubo pasado, fue cuando pude pensar y darme cuenta que la vida ante mi comentario del día anterior, me había dicho: ¿Te parece que puede hacerse mejor?, pues a ver como lo haces tú ahora.

lunes, 27 de julio de 2009

Meditación con los ojos abiertos

El sábado pasado hice una meditación con los ojos abiertos. Estaba en la terraza de la casa en Ciutadilla y acababa de hacer una sesión de asanas. Eran poco más de las ocho y media de la tarde, el sol ya se acercaba a su lecho para pasar la noche y soplaba una brisa de levante (marinada por estas tierras) que movía las hojas de los árboles como si fuesen las olas del mar y hacía la temperatura muy agradable.
No fue una cosa meditada. Después de la relajación me senté en vajrasana y quedé de frente a la montaña y las hojas mecidas por el viento. Quedé prendido de ese movimiento de tal forma que mis ojos miraban fijo al movimiento sin ver el detalle. Toda la belleza de la naturaleza entraba por mis ojos fijos como ventanas abiertas a ese espectáculo. Mi mente procesaba las informaciones que entraban de los cinco sentidos y todas eran agradables. Las percepciones eran muy nítidas y me sentía como el espectador que ve como se desarrolla algo sin tomar parte, pero sintiendo la paz que casi siempre desprende el campo.
Ese estado me llevó a pensar en quien era capaz de generar todo esto que vemos. De donde ha salido esta materia con tan fantástica disposición. ¿Cómo será quien de una ínfima parte de él ha creado todo esto? ¿Por qué lo ha creado?¿Qué espera de mí?¿Cual es mi lugar?
Muchas veces la contemplación de la naturaleza me produce impresiones intensas que me llevan a estados de pensamiento autónomo. Dificil de definir, es como si uno no fuese quien lleva las riendas a pesar de tenerlas en la mano, el caballo anda o se para, gira o retrocede sin que uno mueva las riendas. Así se mueve el pensamiento, y eso me hace suponer que debe ser lo que denominan la conciencia testigo. Los pensamientos pasan sin que uno intervenga en su creación, solo los ve pasar.
Me sentía parte de todo esto ya que todo y todos somos un reflejo, una misma emanación de ese “Algo-Alguien” y esta convicción me hacía ver como un igual con el resto de la creación.
Muchas ideas parecidas que no sabría reproducir con exactitud circularon por mi mente hasta que la molestia de la postura me hizo terminar la meditación, que ya duraba bastante rato por como se quejaban las rodillas, siendo consciente de lo que había pasado.

martes, 21 de julio de 2009

Más sobre el ego

161.- Solo cuando el ego es destruido, uno deviene un Devoto; solo cuando el ego es destruido, uno deviene un Jñani; solo cuando el ego es destruido, uno deviene Dios; y solo cuando el ego es destruido, brilla la Gracia. Puesto que el ego es la raíz de todo orgullo, el ego es la única obstrucción a que seamos un esclavo y un servidor de Dios verdaderamente humilde, y, por consiguiente, su aniquilación es el único signo verdadero de un Bhakta [Devoto] o Karma Yogui real.

Puesto que el ego mismo es la raíz y la forma primordial de la ignorancia, solo su aniquilación es el Supremo Jñana. Puesto que el ego [i.e., la sensación «yo soy el cuerpo»] es la causa de la sensación de separación de Dios, solo su aniquilación es el verdadero Yoga [i.e., unión con Dios]. Puesto que el ego es la raíz y la forma primordial de la infelicidad, su aniquilación es la única manifestación verdadera de la Gracia. Así se muestra que la meta de todos los cuatro Yogas es la aniquilación del ego.

162.- Solo el que ha destruido el ego es el verdadero Sannyasin y el verdadero Brahmin; pero, es difícil ciertamente la completa destrucción del pesado fardo del ego emprendida por aquellos Sannyasins que sienten «Yo pertenezco al ashrama más alto» y por aquellos Brahmines que sienten «Yo pertenezco a la casta más alta».

El verdadero Sannyasa es la renunciación del ego y la verdadera Brahmineidad es la realización del Brahman [i.e., el Sí mismo], y así las dos palabras, Sannyasin y Brahmin, significan «el que ha destruido el ego». Pero como los ashramas [los órdenes de la vida] y los varnas [las castas] pertenecen solo al cuerpo; solo aquellos que se identifican con sus cuerpos pueden sentir que ellos pertenecen al ashrama más alto [conocido como Sannyasa] o el varna más alto [conocido como Brahmineidad]. Tales sentimientos crean naturalmente orgullo y fortalecen el ego, y, por consiguiente, cuanto más alto es el ashrama o el varna, tanto más pesado es el fardo del ego, y tanto más difícil es su erradicación.

163 El que ve otreidad y multiplicidad no puede devenir un Parppan debido meramente a que haya aprendido los cuatro Vedas. Pero el que ve su propia muerte [la muerte de su ego] es el verdadero Parppan; el otro [i.e., la casta Brahmin], al ser desdeñado por el Sabio, está interiormente avergonzado.

Michael James: Parppan significa literalmente «un veedor», es decir, uno que conoce la Verdad, pero se usa comúnmente para significar la casta Brahmin.

164 La completa erradicación del ego es ciertamente muy difícil cuando incluso en el caso de Kannappa, cuyo amor por el Señor Shiva era tan grande que arrancó sus propios ojos y los plantó en la cara del Señor, éstos habían permanecido [hasta ese momento] como un rastro del apego al cuerpo [i.e., de ego] en la forma de su orgullo tocante a sus bellos ojos brillantes.

165 La gloria real de la Bhakti de Shiva es la salvación del devoto de la condena causada por el engaño «Yo soy este sucio cuerpo». Ésta es la razón por la que Shiva aceptó los ojos de Kannappa cuando él se los ofreció.

Textos procedentes del GURU VACHAKA KOVAI - obra de Sri MURUGANAR, [con comentarios de Sri Sadhu OM] sobre las enseñanzas de Bhagaván Sri RAMANA MAHARSHI, Ignitus ediciones.

miércoles, 15 de julio de 2009

Mi ego

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El ego es una herramienta que usamos para defendernos en este mundo.
¿Es bueno? Para mí muy conveniente casi imprescindible para sobrevivir. Pero no, no es bueno. Es una invención para separarnos de los demás y justificar cualquier acto. Primero soy yo.
Cuando nace un bebé, no tiene consciencia del propio cuerpo, no tiene yo. Es parte de todo. Es mérito de nuestra cultura conseguir poco a poco transformar esa visión inocente hasta adaptarla al mundo. En lugar de cambiar el mundo, cambiamos a las personas. El bebé tiene que aprender que él es una parte independiente en el mundo.
Irónicamente, cuando ya lo tiene aprendido y asumido como propio, deberá dedicar grandes esfuerzos a erradicar esa idea de su mente y recuperar el estado en que nació, sabiéndose parte inseparable de un todo.
No quiero confundir pues la necesidad con el derecho. El ego es como el hermano mayor que me saca de todos los atolladeros. Es el Gollum de Smeagol en El Señor de los Anillos reclamando “mi tesorooo”. Es útil para la lucha, atesorar, robar... Para mí, es impuro.
En este mundo hay lobos y corderos, halcones y palomas. Tengo que decidir que quiero ser sabiendo que es muy duro ser paloma o cordero. Los lobos se me comerán y mi ego se revela. Se lo llevarán todo y el ego dirá: “¿y ahora qué?. Déjame a mí y verás como recupero cosas”. Si cedo a él, ya no seré más que un lobo más. Solo eso puede darme el ego: cosas materiales.
Cuando hago una acción, el ego reclama su momento de gloria diciendo: “mira que bueno que eres, cuanto sabes, como ayudas”. En esos momentos intento buscar dentro de mí y averiguar que me ha impulsado a hacer la acción. ¿El afán de gloria, el reconocimiento o la intención de hacer el bien?
El ego es muy sutil y retorcido, por esta razón he incluído antes el fragmento que habla de como nos afecta hasta cuando creemos hacer cosas buenas.
Por eso también, agradezco los elogios que he recibido, pero preferiría no ofrecerle oportunidades a mi ego para que crezca. Es útil pero al mismo tiempo es un enemigo al que mantener a raya. Decidme solo lo que no os guste. Así puedo intentar mejorar.